A diferencia de lo que muestras las escenas cinematográficas, la vida de Papá Noel es otra. Su casa queda bastante lejos del Círculo Polar Ártico y como recomendación turística hay que olvidarnos del abrigo. Además, por una extraña razón, Rudolph (máximo comandante de los renos) fue reemplazado por una perra llamada Tina. Y lo más parecido a la recurrente ingesta de chocolate caliente es el delivery de pizza. Así es como vive su verdadero día a día Santa. O más bien Federico Terzi Ahualli. No, no se trata de un impostor sino de uno de los responsables de encarnar al mítico personaje navideño en lo que duran las fiestas.
Sentado sobre un mullido sillón de “El Solar” y acompañado por un brilloso arbolito, Papá Noel despierta una divertida e innegable atracción para los pequeños. Ansiosos por tener sus minutos de fama con el rey de los regalos y participar en su taller de juguetes. “Cuando me pongo el traje siento la responsabilidad de dar mi mejor esfuerzo y evitar mentirle a los niños. No les prometo ningún pedido hasta que los padres asienten con la cabeza. Detesto prometerles algo y que después descubran otra cosa”, narra el actor y profesor infantil de teatro y de robótica.
“¿Cómo te llamás? ¿Y cuál es tu edad? ¿Qué pediste para este año? ¿Te portaste bien? Sostener una ilusión no es tarea fácil. Al contrario, el oficio estacional necesita de cierta sensibilidad. Sumada a dosis de viveza que permiten transformar a los pícaros que intentan desenmascararlo en cómplices de la pintoresca falacia de dar la vuelta al mundo. En apenas una noche y -encima- con exceso de equipaje. “Lo importante es tener paciencia. Me gusta mucho jugar con los niños y hay que disfrutar de sus locuras, ser partícipes de ellas”, agrega.
El bondi navideño
Aunque en su DNI figure otro nombre, cuando Ramiro Trejo se coloca la (picosa) peluca sintética, pasa a ser el señor Clause. Un cargo que detenta hace cinco navidades.
Se trata de un Papá Noel disruptivo que este año cambió el típico trineo de madera por un colectivo, propiedad de la Municipalidad capitalina. Decorado con globos rojos y verdes, en el vehículo viajan unos 15 asistentes, encargados de repartir caramelos, ayudar al viejo Santa a moverse y darle agua (la hidratación es un problema serio).
“Vamos mis duendis”, los motiva Ramiro, aplicando los conocimientos que aprendió como técnico en Recursos Humanos. Cuando ya están listos comienza el itinerario de paradas por los parques El Provincial, Avellaneda y 9 de Julio y la plaza Urquiza. En las calles del microcentro, los villancicos retumban cuando el bondi se para en los semáforos y él baila con una panza postiza que, en ocasiones, se desacomoda.
Al bajar del refugio festivo, las filas para pedir regalos son avasallantes y congregan tanto a niños, jóvenes y bebés como a escépticos, creyentes de San Nicolás, “Grinchs” y abstemios de las guirnaldas. Un panorama en el que Santa se enfrenta también a diferentes realidades sociales y económicas. “Me tocó charlar con niños de bajos recursos y esas experiencias elevan tu sensibilidad y los cuidados para no destrozar la ilusión. Hay veces en que las palabras dulces me desbordan, tal vez, para compensar esas carencias y la impotencia”, reflexiona el intérprete dramático.
Además, una vez que las bolsas se sobrecargan de papel, la magia ocurre tras bambalinas. “Al finalizar hacemos una ceremonia privada en la cual quemamos las cartas recibidas para que los deseos lleguen al cielo”, agrega el Kris Kringle tucumano.
Santas y cláusulas
Ser Papá Noel no figura entre los típicos trabajos de oficina, pero para representar este papel se necesita presentar un CV. ¿Se imaginan una fábrica de Santas? Eso es más o menos lo que hace “Carlos Giaché producciones”. Una empresa que se encarga -exclusivamente- de proveer un ejército de hombres canosos a quienes los necesiten.
La idea surgió hace unas dos décadas de la mano del actor Carlos Giaché, quien empezó a visibilizar en los shoppings a aquella figura con una dieta excedida en galletas. Con el tiempo, la imagen llegó a hoteles, supermercados, cumpleaños y a la Casa Rosada.
“Nuestros Papás Noel responden lo máximo posible al perfil del personaje. Por ejemplo, ellos tienen barba natural porque los chicos suelen tironearla, y al caerse el postizo se dan cuenta. También está el tema de la tez clara y la contextura robusta. La mayoría de los empleados pasan los 65 años. Por el resto, hay Santas que son odontólogos, médicos o fleteros”, detalla Gabriela Giaché, viuda de Carlos.
En total, la productora tiene 40 Santas que trabajan desde Salta hasta Ushuaia. En nuestra provincia el trono navideño lo ocupa por tercer año consecutivo Mario Patriarca. “La cosa comenzó por casualidad cuando mi hijo vio un anuncio en Facebook, y al tener cierto feeling con los niños decidí animarme. Lo único es que en octubre dejé de recortarme la barba y me mata el calor”, explica el jubilado, de 68 años, a minutos de acabar su receso.
En el patio de comidas de “El Portal”, la cola para saludarlo es extensa. “Ah, a los renos los dejé en el campito porque comen pasto, no hamburguesas”, contesta y enfatiza Mario preparado para cualquier diálogo curioso.
La cancha que tiene el maestro juguetero se nota en los números. “El año pasado recibí unas 5.000 familias y nos tomamos 3.500 fotos”, enfatiza. El resto de la temporada -mientras el arbolito yace guardado- él cambia su función de llevar regalos por la de transportar gente. Sí, Santa es taxista.
Aunque físicamente se parecen, cada entrevistado tiene una percepción distinta de los festejos. Sin embargo, los tres están de acuerdo en que el atuendo ofrece una especie de superpoder que contagia alegría e ilusión. Lo que podría ser el motivo de que -pese a no haber nadie más observando- ellos sean capaces de regalarnos un último y sincero “ho, ho, ho”.